pleitaguensam
La primera vez que vi pleitaguensam fue en tve 2, la de planeta imaginari, pero en otro horario. lo recuerdo como un programa curioso. Aquí escribiré curiosidades...
dimarts, 3 de setembre del 2013
divendres, 2 d’agost del 2013
dimecres, 12 de desembre del 2012
dimecres, 10 d’octubre del 2012
dimecres, 19 de setembre del 2012
dimecres, 28 de març del 2012
De cretinos, imbéciles, estúpidos y locos
3
BINAH
10
Y por último lo que se infiere cabalísticamente de vinum es VIS NUMerorum, que son los números en que se basa esa Magia.
CESARE DELLA RIVIERA, Il Mondo Magico degli Eroi, Mantua, Osanna, 1603, pp.65-66
- ...Pues bien. En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los estúpidos y los locos.
- ¿Falta algo?
- Sí. Nosotros dos, por ejemplo. O, al menos, no es por ofender, yo. En suma todo el mundo, si se mira bien, participa alguna vez de estas categorías. Cada uno de nosotros de vez en cuando es un cretino, un imbécil, un estúpido o un loco. Digamos que la persona normal es la que combina razonablemente todos esos componentes o tipos ideales.
- Idealtypen.
- Bravo. ¿También sabe alemán?
- Algo masco para las bibliografías.
- En mi época, quienes sabían alemán ya no se licenciaban. Se pasaban el resto de su vida sabiendo alemán. Creo que hoy día sucede lo mismo con el chino.
- Yo lo conozco poco, por eso hago mi tesis. Pero, siga hablándome de su tipología. ¿Cómo es el genio, Einstein, por ejemplo?
- El genio es el que pone en juego uno de esos componentes de manera vertiginosa, alimentándolo con los demás. -Bebió. Dijo-: Hola, guapetona. ¿Cómo siguen tus intentos de suicido?
- Pertenecen al pasado -respondió la joven al pasar-, ahora estoy en un grupo.
- Te felicito -le dijo Belbo. Y volviéndose hacia mi-: También existen los suicidios en grupo, ¿verdad?
- Pero, ¿y los locos?
- Espero que no se haya tomado mi teoría como palabra santa. No pretendo arreglar el universo. Estoy diciendo qué es un loco para una editorial. Es una teoría ad hoc, ¿vale?
- Vale. Ahora invito yo.
- Vale. Pílades, por favor, con menos hielo. Si no, hace efecto enseguida. Veamos. El cretino ni siquiera habla, babea, es espástico. Se aplasta el helado contra la frente, no puede ni coordinar los movimientos. Entra en la puerta giratoria por el lado opuesto.
- ¿Cómo es posible?
- Él lo consigue. Por eso es un cretino. No nos interesa, se le reconoce enseguida, y no aparece por las editoriales. Dejémosle donde está.
- Dejémosle.
- Ser imbécil ya es más complicado. Es un comportamiento social. El imbécil es el que habla siempre fuera del vaso.
- ¿A qué se refiere?
- Así -apuntó el índice hacia su vaso y lo clavó en la barra-. Quiere hablar de lo que hay en el vaso, pero, esto por aquí, esto por allá, habla fuera. O si prefiere, es el que siempre mete la pata, el que le pregunta cómo está su bella esposa al que acaba de ser abandonado por la mujer. ¿Me explico?
- Se explica, conozco a algunos.
- El imbecil está muy solicitado, sobre todo en las reuniones mundanas. Incomoda a todos, pero les proporciona temas de conversación. En su versión positiva llega a ser diplomático. Habla fuera del vaso cuando otros han metido la pata, consigue cambiar de tema. Pero a nosotros no nos interesa, no es nunca creativo, trabaja de prestado, de manera que no presenta manuscritos en las editoriales. El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro. Confunde las reglas de conversación y cuando las confunde bien es sublime. Creo que es una raza en exticinción, un portador de virtudes eminentemente burguesas. Necesita un salón Verdurin, o mejor, Guermantes. ¿Todavía leéis esas cosas, vosotros los estudiantes?
- Yo sí.
- El imbécil es Murat que pasa revista a sus oficiales cuando ve a uno, de la Martinica, recubierto de condecoraciones, va y le pregunta: "Vous êtes nègre?" Y el otro le responde: "Oui, mon général!", Murat replica: "Bravo, bravo, continuez!" Y cosas por el estilo. ¿Lo capta? Perdone, pero esta noche estoy festejando una decisión histórica de mi vida. He dejado de beber. ¿Quiere otro? No diga nada, me haría sentir culpable. ¡Pílades!
- ¿Y el estúpido?
- Ah. El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y todos los perros ladran, pero que también los gatos son animales domésticos y por tanto ladran. O que todos los atenienses son mortales, todos los habitantes del Pireo son mortales, de modo que todos los habitantes del Pireo son atenienses.
- Y lo son.
- Sí, pero de pura casualidad. El estúpido incluso puede decir algo correcto, pero por razones equivocadas.
- Se pueden decir cosas equivocadas, con tal de que las razones sean correctas.
- vive Dios. ¿Si no por qué tomarse tanto trabajo para ser animales racionales?
- Todos los grandes monos antropomorfos descienden de formas de vida inferiores, los hombres de formas de vida inferiores, por tanto todos los hombres somos grandes monos antropomorfos.
- No está mal. Ya estamos en el umbral de en el que sospechamos que algo no funciona, pero es necesario un esfuerzo para demostrar qué es lo que no cuadra y por qué. El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le reconoce enseguida (y al cretino ni qué decir), mientras que el estúpido razona casi como uno, sólo que con una desviación infinitesimal. Es un maestro del paralogismo. No hay salvación para el redactor editorial, debería emplear una eternidad. Se publican muchos libros escritos por estúpidos, porque a primera vista son muy convincentes. El redactor editorial no está obligado a reconocer al estúpido. No lo hace la academia de ciencias, ¿porqué tendría que hacerlo él?
- Tampoco lo hace la filosofía. El argumento ontológico de San Anselmo es estúpido. Dios tiene que existir porque puedo pensarlo como el ser dotado de todas las perfecciones, incluida la existencia. Confunde la existencia en el pensamiento con la existencia en la realidad.
- Sí, pero también es estúpida la refutación de Gaunilo. Puedo pensar en una isla en el mar aunque esa isla no exista. Confunde el pensamiento de lo contingente con el pensamiento de lo necesario.
- Una batalla entre estúpidos.
- Claro, y Dios se divierte como un loco. Decidió ser impensable sólo para demostrar que Anselmo y Gaunilo eran estúpidos. Qué motivo más sublime para la creación, qué me digo, para el acto mismo en virtud del cual Dios determina su propio ser. Todo para poder denunciar la estupidez cósmica.
- Estamos rodeados de estúpidos.
- No hay salida. Todos son estúpidos, salvo usted y yo. Mejor dicho, no es por ofender, salvo usted.
- Algo me dice que esto tiene que ver con el teorema de Gödel.
- No se nada, soy un cretino. ¡Pílades!
- Me toca a mí.
- Después dividimos. El cretense Epiménides dice que todos los cretenses son mentirosos. Si lo dice él que es cretense y conoce bien a los cretenses, es cierto.
- Eso es estúpido.
- San Pablo, Epístola a Tito. Ahora esta otra: todos los que piensan que Epiménides es mentiroso tinen que creer a los cretenses, pero los cretenses no creen a los cretenses, por tanto ningún cretense piensa que Epiménides es mentiroso.
- ¿Eso es estúpido o no?
- Decídalo usted mismo. Ya le he dicho que no es fácil reconocer al estúpido. Un estúpido puede llegar incluso a ganar el premio Nobel.
- Déjeme pensar... Algunos de los que no creen que Dios haya creado el mundo en siete días no son fundamentalistas, pero algunos fundamentalistas creen que Dios ha creado el mundo en siete días, por tanto nadie que no crea que Dios haya creado el mundo en siete días es fundamentalista. ¿Es o no estúpido?
- Dios mío; realmente hay que decirlo... no sé, ¿a usted qué le parece?
- Siempre es estúpido, aunque pueda resultar cierto. Viola una de las leyes del silogismo. De dos premisas particulares no pueden extraerse conclusiones universales.
- ¿Y si el estúpido fuese usted?
- Estaría en buena y muy antigua compañía.
- Pues sí, la estupidez nos rodea. Y quizá para un sistema lógico diferente nuestra estupidez sea sabiduría. Toda la historia de la lógica es un intento por definir una noción aceptable de la estupidez. Demasiado ambicioso. Todo gran pensador es el estúpido de otro.
- El pensamiento como forma coherente de estupidez.
- No. La estupidez de un pensamiento es la incoherencia de otro pensamiento.
- Profundo. Son las dos, falta poco para que Pílades cierre y aún no hemos llegado a los locos.
- Ya llego. Al loco se le reconoce enseguida. Es un estúpido que no conoce los subterfugios. El estúpido trata de demostrar su tesis, tiene una lógica, cojeante, pero lógica es. En cambio, el loco no se preocupa por tener una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo. El loco tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve para confirmarla. Al loco se le reconoce porque se salta a la torera la obligación de probar lo que se dice; porque siempre está dipuesto a recibir revelaciones. Y le parecerá extraño, tarde o temprano el loco saca a relucir a los templarios.
- ¿Siempre?
- También hay locos sin templarios, pero los más insidiosos son aquellos. Al principio no se los reconoce, parece que hablan de manera normal, pero luego, de repente... -Iba a pedir otro whisky, pero recapacitó y pidió la cuenta-...
"El péndulo de Foucault" ("Il pendolo di Foucault").
Umberto Eco. Ed. DeBolsillo 2004
dijous, 25 d’agost del 2011
La Muerte en blanco y negro
La Muerte, contra lo que muchos piensan, no es negra. Es blanca. Es de un blanco nuclear, amarfilado, pálido y refractario. Por eso usa capucha y capa negras, para intentar que no la vean llegar. Y además de blanca es vieja y envidiosa. No se puede decir que sea mala, hace su trabajo. La mayoría de las veces es ley de vida, los hijos entierran a sus padres, que un día habían enterrado a sus abuelos, que a su vez, mucho antes, enterraron a sus bisabuelos, y la rueda gira.
Pero otras veces La Muerte es envidiosa y terca. Otras veces decide matar por puro matar, porque le da la gana, por envidia o por simple aburrimiento. Y entonces mata cuando no toca. Mata a una persona joven, sin explicaciones ni ceremonias, sin justificarse, sin más explicación que la pura muerte, cuando no tocaba.
Esta semana nos visitó La Muerte. Habíamos vuelto de las vacaciones, y los niños se reencontraban con la tele, a nuestro pesar, mientras mi mujer y yo velábamos armas para su vuelta al trabajo, intentábamos conjurar la pereza de poner en marcha la maquinaria de la rutina habitual, sacudirnos el sol de la piel y el salitre del pelo, vaciar las valijas y rehabitar la casa.
Entonces sonó el teléfono.
Tres semanas antes – solamente tres semanas -, habíamos estado cenando entre amigos. Nada demasiado especial, simplemente una cena de amigos que hace mucho que no se ven. Una terracita, patatas bravas, cerveza rubia y conversaciones. La Muerte no estaba invitada a la cena, y solamente nos sentábamos a la mesa personas jóvenes. Personas con proyectos, con ganas y planes para vivir. Nos sentábamos a la mesa y nos relatábamos esas ganas de vivir de formas variadas, con viajes ya hechos o con itinerarios planeados a futuro, pero ni sombra de la capa oscura de La Parca: fue una noche feliz.
Luego, las vacaciones, y a la vuelta sonó el teléfono.
Era La Muerte, que entraba en casa sin permiso y sin invitación, solamente para decirnos que la suerte de una de nuestras amigas ya estaba decidida. Su osamenta pálida refractaba la luz de una luna menguante, y las lágrimas aparecieron por aquí y por allá. Amigos del otro lado del teléfono, intercambiando la incredulidad sobre la línea. Cortamos la comunicación, y La Muerte se instaló en nuestro sofá. Se acomodó la capa, para no manchársela de polvo y no quiso nada para beber. Quiso explicarse, quiso decir que a veces toca a personas jóvenes, quiso hacernos entender, pero le dijimos que no. Le dijimos que nunca, nunca es ley de vida que le toque a una persona joven. Le dijimos rabia e impotencia, le dijimos palabras esdrújulas, le gritamos en silencio y la insultamos a gritos. A pesar de eso, se quedó toda la noche. Estuvo en el sofá y se fue con nosotros a la cama, a dormir en medio de los dos, con su respiración agria y marchita impidiendo renovar el aire pesado de la habitación.
El cáncer puede consumir a una persona de menos de cuarenta años en solamente tres semanas.
Una mujer que tenía padres, hermana, amigos.
Una mujer que amaba a un hombre, a un hombre que la amaba a su vez.
Una mujer que planeaba casarse.
Una mujer que planeaba su maternidad.
Una mujer que quería abrir su casa a sus amigos, para contarles, para invitarlos a ese viaje de amor y sueños nuevos, el deseo de pequeños pies descalzos bajando la escalera algún día.
Una mujer que, sin ninguna clase de duda, merecía vivir su vida, tener su tiempo, amar a su hombre y a sus hijos.
Una mujer que, a pesar de todo eso, ya no está.
Por primera vez en mis treinta y ocho años, no estoy siendo capaz de asumir y aceptar una muerte. Algo en mí se niega a admitir que es tan fácil como estar hoy y mañana dejar de estar. Vivimos y crecemos adiestrados para planificar a noventa años vista, para creer que un Dios bondadoso dibuja destinos idílicos para cada uno de nosotros, para ser cautos por lo que pueda pasar mañana.
Y en medio de esta rabia ciega y profunda, siento que somos cautos de más. Somos cautos con el dinero y con el placer, porque hay que guardar para después. Pero por inercia somos cautos con el amor y con las palabras. Somos cautos con la amistad y con la manera de brindarnos a los demás. Somos cautos para amar y para ser amados.
Y cualquier día pasa una mala ola y se lleva sin esfuerzo todos los granitos de arena que acumulamos en nuestra orilla particular, guardándolos para después.
Por eso esta mañana decidí escribir mi rabia. Decidí convocar a La Muerte a capítulo y decirle que su Dios caprichoso, injusto y perverso no tuvo ni tendrá un cubierto en mi mesa, que puede llevarse a los que queremos, pero la renuncia a su memoria es una opción personal.
Y yo no renuncio.
De nuestra amiga, no me quedaré con la imagen de un cuerpo inerte en una caja de cristal.
Elijo quedarme con su voz grave, de timbres armónicos; con su mirada atenta mientras conversábamos. Elijo su pelo azabache cayendo a dos aguas para enmarcar su rostro. Elijo quedarme con sus dos enormes y preciosos ojos verdes, siempre como sorprendidos, siempre vivaces. Elijo conservar para el resto de mi tiempo la foto de esa cena en la terracita de Cornellá. Elijo estar entre amigos. Siempre.
Y cuando volvimos del funeral, tristes, con rabia contenida y con el pecho inundado de palabras sin decir, La Muerte seguía en el salón de casa, sentada en el sofá, quieta.
La echamos.
Conjuramos su resplandor pálido con la risa fresca de mis hijos. Disolvimos el tejido pesado de su capa negra con el amor por nosotros, por nuestra familia, por nuestros amigos.
Y simplemente, decidimos juntarnos la próxima noche estrellada, en la terraza de unos amigos comunes, para hacer una carne a la brasa, consolarnos mutuamente, ayudarnos unos a otros a aceptar la injusticia y a aprender a vivir con ella, y sobre todo para levantar un vaso y brindar por su memoria, por su pelo negro, por sus ojos verdes.
por Federico Firpo Bodner
Via: http://aprendizdebrujo.net
Pero otras veces La Muerte es envidiosa y terca. Otras veces decide matar por puro matar, porque le da la gana, por envidia o por simple aburrimiento. Y entonces mata cuando no toca. Mata a una persona joven, sin explicaciones ni ceremonias, sin justificarse, sin más explicación que la pura muerte, cuando no tocaba.
Esta semana nos visitó La Muerte. Habíamos vuelto de las vacaciones, y los niños se reencontraban con la tele, a nuestro pesar, mientras mi mujer y yo velábamos armas para su vuelta al trabajo, intentábamos conjurar la pereza de poner en marcha la maquinaria de la rutina habitual, sacudirnos el sol de la piel y el salitre del pelo, vaciar las valijas y rehabitar la casa.
Entonces sonó el teléfono.
Tres semanas antes – solamente tres semanas -, habíamos estado cenando entre amigos. Nada demasiado especial, simplemente una cena de amigos que hace mucho que no se ven. Una terracita, patatas bravas, cerveza rubia y conversaciones. La Muerte no estaba invitada a la cena, y solamente nos sentábamos a la mesa personas jóvenes. Personas con proyectos, con ganas y planes para vivir. Nos sentábamos a la mesa y nos relatábamos esas ganas de vivir de formas variadas, con viajes ya hechos o con itinerarios planeados a futuro, pero ni sombra de la capa oscura de La Parca: fue una noche feliz.
Luego, las vacaciones, y a la vuelta sonó el teléfono.
Era La Muerte, que entraba en casa sin permiso y sin invitación, solamente para decirnos que la suerte de una de nuestras amigas ya estaba decidida. Su osamenta pálida refractaba la luz de una luna menguante, y las lágrimas aparecieron por aquí y por allá. Amigos del otro lado del teléfono, intercambiando la incredulidad sobre la línea. Cortamos la comunicación, y La Muerte se instaló en nuestro sofá. Se acomodó la capa, para no manchársela de polvo y no quiso nada para beber. Quiso explicarse, quiso decir que a veces toca a personas jóvenes, quiso hacernos entender, pero le dijimos que no. Le dijimos que nunca, nunca es ley de vida que le toque a una persona joven. Le dijimos rabia e impotencia, le dijimos palabras esdrújulas, le gritamos en silencio y la insultamos a gritos. A pesar de eso, se quedó toda la noche. Estuvo en el sofá y se fue con nosotros a la cama, a dormir en medio de los dos, con su respiración agria y marchita impidiendo renovar el aire pesado de la habitación.
El cáncer puede consumir a una persona de menos de cuarenta años en solamente tres semanas.
Una mujer que tenía padres, hermana, amigos.
Una mujer que amaba a un hombre, a un hombre que la amaba a su vez.
Una mujer que planeaba casarse.
Una mujer que planeaba su maternidad.
Una mujer que quería abrir su casa a sus amigos, para contarles, para invitarlos a ese viaje de amor y sueños nuevos, el deseo de pequeños pies descalzos bajando la escalera algún día.
Una mujer que, sin ninguna clase de duda, merecía vivir su vida, tener su tiempo, amar a su hombre y a sus hijos.
Una mujer que, a pesar de todo eso, ya no está.
Por primera vez en mis treinta y ocho años, no estoy siendo capaz de asumir y aceptar una muerte. Algo en mí se niega a admitir que es tan fácil como estar hoy y mañana dejar de estar. Vivimos y crecemos adiestrados para planificar a noventa años vista, para creer que un Dios bondadoso dibuja destinos idílicos para cada uno de nosotros, para ser cautos por lo que pueda pasar mañana.
Y en medio de esta rabia ciega y profunda, siento que somos cautos de más. Somos cautos con el dinero y con el placer, porque hay que guardar para después. Pero por inercia somos cautos con el amor y con las palabras. Somos cautos con la amistad y con la manera de brindarnos a los demás. Somos cautos para amar y para ser amados.
Y cualquier día pasa una mala ola y se lleva sin esfuerzo todos los granitos de arena que acumulamos en nuestra orilla particular, guardándolos para después.
Por eso esta mañana decidí escribir mi rabia. Decidí convocar a La Muerte a capítulo y decirle que su Dios caprichoso, injusto y perverso no tuvo ni tendrá un cubierto en mi mesa, que puede llevarse a los que queremos, pero la renuncia a su memoria es una opción personal.
Y yo no renuncio.
De nuestra amiga, no me quedaré con la imagen de un cuerpo inerte en una caja de cristal.
Elijo quedarme con su voz grave, de timbres armónicos; con su mirada atenta mientras conversábamos. Elijo su pelo azabache cayendo a dos aguas para enmarcar su rostro. Elijo quedarme con sus dos enormes y preciosos ojos verdes, siempre como sorprendidos, siempre vivaces. Elijo conservar para el resto de mi tiempo la foto de esa cena en la terracita de Cornellá. Elijo estar entre amigos. Siempre.
Y cuando volvimos del funeral, tristes, con rabia contenida y con el pecho inundado de palabras sin decir, La Muerte seguía en el salón de casa, sentada en el sofá, quieta.
La echamos.
Conjuramos su resplandor pálido con la risa fresca de mis hijos. Disolvimos el tejido pesado de su capa negra con el amor por nosotros, por nuestra familia, por nuestros amigos.
Y simplemente, decidimos juntarnos la próxima noche estrellada, en la terraza de unos amigos comunes, para hacer una carne a la brasa, consolarnos mutuamente, ayudarnos unos a otros a aceptar la injusticia y a aprender a vivir con ella, y sobre todo para levantar un vaso y brindar por su memoria, por su pelo negro, por sus ojos verdes.
por Federico Firpo Bodner
Via: http://aprendizdebrujo.net
dijous, 11 d’agost del 2011
dimarts, 9 d’agost del 2011
Nike: 'Nuevo Mundial, nuevo follón'
En 2007 la liaron en los cuartos de final. Francia no ejerció de leal anfitriona por imposición de Nike que en lugar de ofrecer al visitante, Nueva Zelanda, vestir su primer uniforme por cortesía, lució camisetas azul oscuras y obligó a los All Blacks a vestir de blanco en Cardiff. Este año Nike vuelve a atacar el flanco más potente de Adidas, al equipo con el brand más poderoso del mundo, los All Blacks y sus camisetas negras. Nike ha vestido a Inglaterra de negro en su uniforme suplente armando una campaña llamada 'New blood, new skin'. Fantástico el operativo de mercadotecnia de la multinacional yankee, es de ley decirlo, pero se topan con un deporte el rugby, que guarda una serie de tradiciones y códigos. Me parece obsceno ver a Inglaterra de negro. Y por cierto, lo de 'nueva sangre, nueva piel' será otro brindis al sol porque al final a Inglaterra le sacarán las castañas del fuego los de siempre: Wilkinson, Moody (si hoy la resonancia confirma que no hay lesión), Cueto, Catt... Pregunta final: ¿A Nike se le ocurriría proponer al Barcelona un uniforme totalmente blanco como equipación suplente? Lo dicho, señores de Nike, dejen al rugby tranquilo.
Via: Patada a seguir, por Fermín de la Calle
dimarts, 12 de juliol del 2011
dimarts, 29 de març del 2011
De muerte, debes probar (2)
...
Me resultó duro marcharme de allí. No pude probar decenas de especialidades, incluida toda una sección de animales sacrificados según la ley musulmana, que estaban separados de los demás puestos; mee shua frito, que desplegaba una combinación tentadora de mejillones, estómago de cerdo, camarones, mollejas de pollo, hígado y calamar; y nasi lemak, caldo especiado de marisco,fideos y leche de coco. Había una larguísima cola de gente esperando para degustar las gachas estilo congee -como en Taiwán y Tailandia- y allá donde miraba veía cosas ricas y frescas de colores brillantes, que rebosaban desde los puestos abarrotados, cuyos dueños se mostraban ufanos. El espacio era limpio, organizado, amistoso e informal.
...
Imagínate que hubiera uno de estos espacios en las proximidades de tu lugar de residencia, en el centro comercial, por ejemplo, donde en vez de la mediocridad y la monotonía de desmoralizadoras de la comida americana, un amplio espectro de propietarios étnicamente diversos -que hubieran perfeccionado su labor durante décadas- te ofreciesen lo mejor de lo mejor. Imagínate una sucesión de puestos contiguos de propiedad independiente, en cada uno de los cuales se sirviese una especialidad tan lejana y distanta de la adyacente como las propias culturas individuales. Imagínate que la comida rápida fuera de calidad. Imagínate ... Que la gente sonriese y se divirtiese al comer en las mesas de colores brillantes, como hacen en Singapur, que hablasen y discutiesen sobre comida mientras comen, disfrutando en esta actividad sencilla, cotidiana...
...
El primer lugar adonde me llevó era la Sin Huat Eating House, en el cruce de Geylang Road con Lorong 35, un cuchitril destartalado (apenas podría llamarse restaurante) del barrio chino. El comedor -si se le podía llamar así- estaba a cargo de un camarero-cocinero auxiliar con cara de malas pulgas... La nevera con puerta de cristal contenía botellas de cerveza Tiger y poco más. ... Había varias mesas redondas desnudas e inestables en el exterior, en una perfecta posición estratégica desde la que se observaba el desfile de prostitutas de aspecto mohíno y desamparado, y el espacio, que semejaba una sala de juegos, estaba atestado de acuarios, cajas de cerveza y cajones de poliestireno y madera llenos de marisco. El pescado y el marisco se mantienen vivos y coleando en Sin Huat hasta que los clientes hacen su pedido.
...
No recuerdo haber pedido nada. Creo que ni siquiera vi una carta. Pero lo que vino a continuación... No vi ni una sola verdura, excepto una guarnición de bulbo de cebolleta en flor. Sin arroz. Ni guarniciones. Todos los platos llegaron cargados de ajo, nadando en ajo, rebosantes de ajo, o colgados de un Himalaya de ajo. Sin embargo, todos tenían un magnífico sabor peculiar, sin un excesivo gusto a ajo. Siempre el ingrediente básico (el pescado) destacaba sobre los demás, casi libremente.
Me resultó duro marcharme de allí. No pude probar decenas de especialidades, incluida toda una sección de animales sacrificados según la ley musulmana, que estaban separados de los demás puestos; mee shua frito, que desplegaba una combinación tentadora de mejillones, estómago de cerdo, camarones, mollejas de pollo, hígado y calamar; y nasi lemak, caldo especiado de marisco,fideos y leche de coco. Había una larguísima cola de gente esperando para degustar las gachas estilo congee -como en Taiwán y Tailandia- y allá donde miraba veía cosas ricas y frescas de colores brillantes, que rebosaban desde los puestos abarrotados, cuyos dueños se mostraban ufanos. El espacio era limpio, organizado, amistoso e informal.
...
Imagínate que hubiera uno de estos espacios en las proximidades de tu lugar de residencia, en el centro comercial, por ejemplo, donde en vez de la mediocridad y la monotonía de desmoralizadoras de la comida americana, un amplio espectro de propietarios étnicamente diversos -que hubieran perfeccionado su labor durante décadas- te ofreciesen lo mejor de lo mejor. Imagínate una sucesión de puestos contiguos de propiedad independiente, en cada uno de los cuales se sirviese una especialidad tan lejana y distanta de la adyacente como las propias culturas individuales. Imagínate que la comida rápida fuera de calidad. Imagínate ... Que la gente sonriese y se divirtiese al comer en las mesas de colores brillantes, como hacen en Singapur, que hablasen y discutiesen sobre comida mientras comen, disfrutando en esta actividad sencilla, cotidiana...
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El primer lugar adonde me llevó era la Sin Huat Eating House, en el cruce de Geylang Road con Lorong 35, un cuchitril destartalado (apenas podría llamarse restaurante) del barrio chino. El comedor -si se le podía llamar así- estaba a cargo de un camarero-cocinero auxiliar con cara de malas pulgas... La nevera con puerta de cristal contenía botellas de cerveza Tiger y poco más. ... Había varias mesas redondas desnudas e inestables en el exterior, en una perfecta posición estratégica desde la que se observaba el desfile de prostitutas de aspecto mohíno y desamparado, y el espacio, que semejaba una sala de juegos, estaba atestado de acuarios, cajas de cerveza y cajones de poliestireno y madera llenos de marisco. El pescado y el marisco se mantienen vivos y coleando en Sin Huat hasta que los clientes hacen su pedido.
...
No recuerdo haber pedido nada. Creo que ni siquiera vi una carta. Pero lo que vino a continuación... No vi ni una sola verdura, excepto una guarnición de bulbo de cebolleta en flor. Sin arroz. Ni guarniciones. Todos los platos llegaron cargados de ajo, nadando en ajo, rebosantes de ajo, o colgados de un Himalaya de ajo. Sin embargo, todos tenían un magnífico sabor peculiar, sin un excesivo gusto a ajo. Siempre el ingrediente básico (el pescado) destacaba sobre los demás, casi libremente.
...
El inmenso cangrejo hembra de concha dura de Sri Lanka había sido cortado en trocitos tachonados de huevas maravillosas, frito en aceite caliente y remojado en una salsa mágica y misteriosa de soja casera y caldo, todo entremezclado con fideos de arroz, chiles y ajo. "Primero se comen los fideos"... Por aquel entonces la mesa era un almacén de desecos atiborrado de cáscaras de camarón, vieiras vacías, fémures de rana, espinas de pescado y botellas Tiger vacías. En estado de éxtasis por la comida, la cerveza y lo que se había tornado un entorno cálido y acogedor, dejé de conversar mientras succionaba, sorbía y hurgaba en el cangrejo.
...
He estado en el mercado Tsukiji de Tokyo. ... Pero este es el mejor marisco que he probado en la vida.
...
¿Por qué hablas cuando hay una comida tan buena, eh?
"Malos Tragos" ("The Nasty Bits"). Anthony Bourdain. Ed RBA. 2007
dimarts, 22 de febrer del 2011
The River (on a street in Copenhagen)
On 1988, july 23, Bruce Springsteen skipped a VIP-arrangement during his tour in Denmark and took a walk down the street. There he met the street musician John Magnusson and asked him if he could borrow one of his guitars. Apparently they played a few songs together while about 50 people stopped around and listened to the music. This clip was recorded by one of them. The performance made the cover of some danish newspapers the day after.
Thanks to ChrilleB83
dimecres, 19 de gener del 2011
dimarts, 18 de gener del 2011
divendres, 31 de desembre del 2010
dimecres, 15 de desembre del 2010
Balada triste de trompeta
Más en rtve.es
"El payaso es un tío descontextualizado, con un traje incomprensible que me imagino que tuvo su gracia hace un siglo, pero ahora no se entiende por qué esa nariz roja y esos zapatones grandes, por qué una cosa tan grotesca y ridícula es aceptada por todos"
dilluns, 13 de desembre del 2010
dijous, 18 de novembre del 2010
De muerte, debes probar (1)
La primera vez que estuve en Singapur aborrecí el lugar.
El calor me golpeaba en el pecho cada vez que salía al exterior, una densa y penetrante humedad agravada por el sol achicharrante. Esa clase de calor que requiere tres duchas diarias y cambio de ropa a mediodía; aún así, cada vez que entraba a tomar una cerveza, los bares estaban climatizados, llenos de gente del lugar que sorbían cerveza Tiger con camiseta a pesar del frío de cámara frigorífica que helaba hasta los huesos.
El calor me golpeaba en el pecho cada vez que salía al exterior, una densa y penetrante humedad agravada por el sol achicharrante. Esa clase de calor que requiere tres duchas diarias y cambio de ropa a mediodía; aún así, cada vez que entraba a tomar una cerveza, los bares estaban climatizados, llenos de gente del lugar que sorbían cerveza Tiger con camiseta a pesar del frío de cámara frigorífica que helaba hasta los huesos.
...
Sin embargo, ahora me maravilla. Vuelvo siempre que puedo.
Porque Singapur es quizás el paraíso de comida más delirante, con los comensales más lunáticos del planeta. No se trata de "gourmets"... Los singapurenses no coleccionan experiencias culinarias como sellos, a fin de comentarlas o alardear de ellas después. Los singapureses no son gastrónomos. Sencillamente, comen. Y puesto que viven en un país donde coexisten (y a mucha honra) las cocinas china, malaya e india, están habituados a comer bien. Cuando hablan de comida, suelen saber de lo que hablan. No son esnobs: es mucho más probable que se deshagan en elogios por un cuenco de fideos en un puesto de venta ambulante de Mamá y Papá, que se interesen por el nuevo local "de moda".
Lo aprendí del error, cuando asistí a una elegante reunión de singapureses de pasta en un salón de baile de un hotel bastante pijo. Uno de los asistentes formuló una pregunta: era un fan que quería saber cuál era mi local preferido para degustar la especialidad de la zona, el arroz con pollo. Cuando reconocí tímidamente que todavía no lo había probado, todo el salón de quinientas personas estalló en abucheos estruendosos (aunque bien intencionados). Esto fue seguido casi de la anarquía, pues la multitud empezó a discutir apasionadamente sobre cuál de los cientos de locales de arroz con pollo deberían recomendar... El arroz con pollo, dicho sea de paso, ..., es básicamente pollo hervido y arroz blanco.
...
A la mañana siguiente, llamé a mi amigo K.F. Seetoh, ..., me recomendó Tian Tian Hainanese Chicken Rice, eun minúsculo puesto de comida en el bullicioso Maxwell Road Food Centre...
Pedí un plato en el diminuto puesto, en cuya vitrina había pollos con cabeza colgados en ganchos, y me senté a comer un montoncito de arroz blanco, muy blando y esponjoso, con trozos jugosos de pollo apilados en el centro. Aparte me sirvieron algo de pepino, una salsa estilo hoisin especiada y muy pegajosa, y una salsa de pimienta y ajo. ... Al observar las mesas a mi alrededor en el largo corredor entre hileras de puestos ambulantes brillantemente iluminados, advertí que los oriundos rociaban, mojaban y mezclaban los elementos básicos según una disposición personalizada, de modo que no había dos platos iguales...
El plato destaca por este rasgo tan sencillo, es casi comida de bebé para adultos, comida reconfortante hasta la médula para los oriundos, un viaje tranquilizador por el túnel de la memoria con cada bocado. Y en Tian Tian era, ..., maravilloso...
Desde Tian Tian fui caminando hasta el puesto número cinco, un establecimiento llamado de forma atinada, Oyster Cake, ... La dueña me dijo con orgullo que llevaba cuarenta y cinco años sirviendo el mismo plato y ningún otro. No me equivoqué al suponer que, al cabo de todo ese tiempo, tendría que hacerlo de maravilla. Los clientes de la zona que hacían cola para degustar el buñuelo de ostras frito al estilo Foochow, con cerdo picado, camarones y masa para rebozar, parecían respaldar esta conclusión. Me senté en una mesa del centro (todos los negocios comparte y mantienen conjuntamente las mesas centrales desnudas), volqué una botella exprimible de salsa de pimienta especiada en el centro del pastel y vertí un buen chorro. Una maravilla, ...
...
"Malos Tragos" ("The Nasty Bits"). Anthony Bourdain. Ed RBA. 2007
Sin embargo, ahora me maravilla. Vuelvo siempre que puedo.
Porque Singapur es quizás el paraíso de comida más delirante, con los comensales más lunáticos del planeta. No se trata de "gourmets"... Los singapurenses no coleccionan experiencias culinarias como sellos, a fin de comentarlas o alardear de ellas después. Los singapureses no son gastrónomos. Sencillamente, comen. Y puesto que viven en un país donde coexisten (y a mucha honra) las cocinas china, malaya e india, están habituados a comer bien. Cuando hablan de comida, suelen saber de lo que hablan. No son esnobs: es mucho más probable que se deshagan en elogios por un cuenco de fideos en un puesto de venta ambulante de Mamá y Papá, que se interesen por el nuevo local "de moda".
Lo aprendí del error, cuando asistí a una elegante reunión de singapureses de pasta en un salón de baile de un hotel bastante pijo. Uno de los asistentes formuló una pregunta: era un fan que quería saber cuál era mi local preferido para degustar la especialidad de la zona, el arroz con pollo. Cuando reconocí tímidamente que todavía no lo había probado, todo el salón de quinientas personas estalló en abucheos estruendosos (aunque bien intencionados). Esto fue seguido casi de la anarquía, pues la multitud empezó a discutir apasionadamente sobre cuál de los cientos de locales de arroz con pollo deberían recomendar... El arroz con pollo, dicho sea de paso, ..., es básicamente pollo hervido y arroz blanco.
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A la mañana siguiente, llamé a mi amigo K.F. Seetoh, ..., me recomendó Tian Tian Hainanese Chicken Rice, eun minúsculo puesto de comida en el bullicioso Maxwell Road Food Centre...
Pedí un plato en el diminuto puesto, en cuya vitrina había pollos con cabeza colgados en ganchos, y me senté a comer un montoncito de arroz blanco, muy blando y esponjoso, con trozos jugosos de pollo apilados en el centro. Aparte me sirvieron algo de pepino, una salsa estilo hoisin especiada y muy pegajosa, y una salsa de pimienta y ajo. ... Al observar las mesas a mi alrededor en el largo corredor entre hileras de puestos ambulantes brillantemente iluminados, advertí que los oriundos rociaban, mojaban y mezclaban los elementos básicos según una disposición personalizada, de modo que no había dos platos iguales...
El plato destaca por este rasgo tan sencillo, es casi comida de bebé para adultos, comida reconfortante hasta la médula para los oriundos, un viaje tranquilizador por el túnel de la memoria con cada bocado. Y en Tian Tian era, ..., maravilloso...
Desde Tian Tian fui caminando hasta el puesto número cinco, un establecimiento llamado de forma atinada, Oyster Cake, ... La dueña me dijo con orgullo que llevaba cuarenta y cinco años sirviendo el mismo plato y ningún otro. No me equivoqué al suponer que, al cabo de todo ese tiempo, tendría que hacerlo de maravilla. Los clientes de la zona que hacían cola para degustar el buñuelo de ostras frito al estilo Foochow, con cerdo picado, camarones y masa para rebozar, parecían respaldar esta conclusión. Me senté en una mesa del centro (todos los negocios comparte y mantienen conjuntamente las mesas centrales desnudas), volqué una botella exprimible de salsa de pimienta especiada en el centro del pastel y vertí un buen chorro. Una maravilla, ...
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"Malos Tragos" ("The Nasty Bits"). Anthony Bourdain. Ed RBA. 2007
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