dijous, 25 d’agost del 2011

La Muerte en blanco y negro

La Muerte, contra lo que muchos piensan, no es negra. Es blanca. Es de un blanco nuclear, amarfilado, pálido y refractario. Por eso usa capucha y capa negras, para intentar que no la vean llegar. Y además de blanca es vieja y envidiosa. No se puede decir que sea mala, hace su trabajo. La mayoría de las veces es ley de vida, los hijos entierran a sus padres, que un día habían enterrado a sus abuelos, que a su vez, mucho antes, enterraron a sus bisabuelos, y la rueda gira.

Pero otras veces La Muerte es envidiosa y terca. Otras veces decide matar por puro matar, porque le da la gana, por envidia o por simple aburrimiento. Y entonces mata cuando no toca. Mata a una persona joven, sin explicaciones ni ceremonias, sin justificarse, sin más explicación que la pura muerte, cuando no tocaba.

Esta semana nos visitó La Muerte. Habíamos vuelto de las vacaciones, y los niños se reencontraban con la tele, a nuestro pesar, mientras mi mujer y yo velábamos armas para su vuelta al trabajo, intentábamos conjurar la pereza de poner en marcha la maquinaria de la rutina habitual, sacudirnos el sol de la piel y el salitre del pelo, vaciar las valijas y rehabitar la casa.



Entonces sonó el teléfono.



Tres semanas antes – solamente tres semanas -, habíamos estado cenando entre amigos. Nada demasiado especial, simplemente una cena de amigos que hace mucho que no se ven. Una terracita, patatas bravas, cerveza rubia y conversaciones. La Muerte no estaba invitada a la cena, y solamente nos sentábamos a la mesa personas jóvenes. Personas con proyectos, con ganas y planes para vivir. Nos sentábamos a la mesa y nos relatábamos esas ganas de vivir de formas variadas, con viajes ya hechos o con itinerarios planeados a futuro, pero ni sombra de la capa oscura de La Parca: fue una noche feliz.



Luego, las vacaciones, y a la vuelta sonó el teléfono.

Era La Muerte, que entraba en casa sin permiso y sin invitación, solamente para decirnos que la suerte de una de nuestras amigas ya estaba decidida. Su osamenta pálida refractaba la luz de una luna menguante, y las lágrimas aparecieron por aquí y por allá. Amigos del otro lado del teléfono, intercambiando la incredulidad sobre la línea. Cortamos la comunicación, y La Muerte se instaló en nuestro sofá. Se acomodó la capa, para no manchársela de polvo y no quiso nada para beber. Quiso explicarse, quiso decir que a veces toca a personas jóvenes, quiso hacernos entender, pero le dijimos que no. Le dijimos que nunca, nunca es ley de vida que le toque a una persona joven. Le dijimos rabia e impotencia, le dijimos palabras esdrújulas, le gritamos en silencio y la insultamos a gritos. A pesar de eso, se quedó toda la noche. Estuvo en el sofá y se fue con nosotros a la cama, a dormir en medio de los dos, con su respiración agria y marchita impidiendo renovar el aire pesado de la habitación.



El cáncer puede consumir a una persona de menos de cuarenta años en solamente tres semanas.

Una mujer que tenía padres, hermana, amigos.

Una mujer que amaba a un hombre, a un hombre que la amaba a su vez.

Una mujer que planeaba casarse.

Una mujer que planeaba su maternidad.

Una mujer que quería abrir su casa a sus amigos, para contarles, para invitarlos a ese viaje de amor y sueños nuevos, el deseo de pequeños pies descalzos bajando la escalera algún día.

Una mujer que, sin ninguna clase de duda, merecía vivir su vida, tener su tiempo, amar a su hombre y a sus hijos.

Una mujer que, a pesar de todo eso, ya no está.



Por primera vez en mis treinta y ocho años, no estoy siendo capaz de asumir y aceptar una muerte. Algo en mí se niega a admitir que es tan fácil como estar hoy y mañana dejar de estar. Vivimos y crecemos adiestrados para planificar a noventa años vista, para creer que un Dios bondadoso dibuja destinos idílicos para cada uno de nosotros, para ser cautos por lo que pueda pasar mañana.

Y en medio de esta rabia ciega y profunda, siento que somos cautos de más. Somos cautos con el dinero y con el placer, porque hay que guardar para después. Pero por inercia somos cautos con el amor y con las palabras. Somos cautos con la amistad y con la manera de brindarnos a los demás. Somos cautos para amar y para ser amados.

Y cualquier día pasa una mala ola y se lleva sin esfuerzo todos los granitos de arena que acumulamos en nuestra orilla particular, guardándolos para después.



Por eso esta mañana decidí escribir mi rabia. Decidí convocar a La Muerte a capítulo y decirle que su Dios caprichoso, injusto y perverso no tuvo ni tendrá un cubierto en mi mesa, que puede llevarse a los que queremos, pero la renuncia a su memoria es una opción personal.



Y yo no renuncio.



De nuestra amiga, no me quedaré con la imagen de un cuerpo inerte en una caja de cristal.

Elijo quedarme con su voz grave, de timbres armónicos; con su mirada atenta mientras conversábamos. Elijo su pelo azabache cayendo a dos aguas para enmarcar su rostro. Elijo quedarme con sus dos enormes y preciosos ojos verdes, siempre como sorprendidos, siempre vivaces. Elijo conservar para el resto de mi tiempo la foto de esa cena en la terracita de Cornellá. Elijo estar entre amigos. Siempre.



Y cuando volvimos del funeral, tristes, con rabia contenida y con el pecho inundado de palabras sin decir, La Muerte seguía en el salón de casa, sentada en el sofá, quieta.



La echamos.



Conjuramos su resplandor pálido con la risa fresca de mis hijos. Disolvimos el tejido pesado de su capa negra con el amor por nosotros, por nuestra familia, por nuestros amigos.

Y simplemente, decidimos juntarnos la próxima noche estrellada, en la terraza de unos amigos comunes, para hacer una carne a la brasa, consolarnos mutuamente, ayudarnos unos a otros a aceptar la injusticia y a aprender a vivir con ella, y sobre todo para levantar un vaso y brindar por su memoria, por su pelo negro, por sus ojos verdes.

por Federico Firpo Bodner

Via: http://aprendizdebrujo.net

dimarts, 9 d’agost del 2011

Nike: 'Nuevo Mundial, nuevo follón'


En 2007 la liaron en los cuartos de final. Francia no ejerció de leal anfitriona por imposición de Nike que en lugar de ofrecer al visitante, Nueva Zelanda, vestir su primer uniforme por cortesía, lució camisetas azul oscuras y obligó a los All Blacks a vestir de blanco en Cardiff. Este año Nike vuelve a atacar el flanco más potente de Adidas, al equipo con el brand más poderoso del mundo, los All Blacks y sus camisetas negras. Nike ha vestido a Inglaterra de negro en su uniforme suplente armando una campaña llamada 'New blood, new skin'. Fantástico el operativo de mercadotecnia de la multinacional yankee, es de ley decirlo, pero se topan con un deporte el rugby, que guarda una serie de tradiciones y códigos. Me parece obsceno ver a Inglaterra de negro. Y por cierto, lo de 'nueva sangre, nueva piel' será otro brindis al sol porque al final a Inglaterra le sacarán las castañas del fuego los de siempre: Wilkinson, Moody (si hoy la resonancia confirma que no hay lesión), Cueto, Catt... Pregunta final: ¿A Nike se le ocurriría proponer al Barcelona un uniforme totalmente blanco como equipación suplente? Lo dicho, señores de Nike, dejen al rugby tranquilo.

Via: Patada a seguir, por Fermín de la Calle


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